Nombres

Ya no trabajaría más en el café de la calle Superí. Años hacía que la conocía, años hacía que me traía de memoria mi té de cedrón con tostadas y mermelada de frambuesa. Nunca me atreví a contradecirla y aclararle que lo que yo siempre quise en verdad era un cortado en jarrito con dos medialunas. Podía vivir así. Pero lo que no soportaba era no saber su nombre, y vio como a veces se dan las cosas que en cinco años nunca me atreví a preguntárselo.

Aquella noche pagué la cuenta, me levanté de la mesa, la saludé deseándole respetuosamente lo mejor para su futuro y me fui caminando por el empedrado de la calle con las manos en los bolsillos.

Segundos después, casi como en una de esas películas de amor, escucho una voz que me llama. Era ella.
-Discúlpeme - gritó. Nunca supe su nombre.
Corrí hacia ella en cámara lenta a riesgo de quedar como un idiota. Efectivamente, quedé como un idiota, pero no me importó, y creo que a ella tampoco.
-Víctor, soy Víctor. Yo tampoco sé su nombre.
-Marina.
-Marina… que lindo nombre - dije suspirando y continué. ¿Qué le parece si en lugar de invitarla a tomar algo como tenía pensado hacer desde que la conozco, dejamos esta historia así como está y esperamos a que el destino nos cruce nuevamente algún día?
-Me parece lo más romántico y a la vez estúpido que me han dicho en toda la vida - respondió.

Y así nos fuimos cada uno por su lado, ella a cubrir sus últimas horas de trabajo y yo a llorar porque sabía que nunca la volvería a ver.