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El otro día estaba en el bar de siempre escribiendo. Ya había terminado mi café y tenía que concentrarme en darle forma a un cuento que comencé cuando tenía el pelo corto y aún hoy no termino.
- Si alguien leyera la borra de tu café, diría que le ponés mucha azúcar –escucho que me dice una dulce y simpática voz de mujer.
Levanto la cabeza, la miro, me mira, me sonríe y se va.
Ni tiempo para decirle algo, me dio.
¿Qué clase de mujer hace un comentario tan original a un sujeto tan copado como yo y huye? Porque por algo lo habrá hecho.
Una pena porque me pareció que la muchacha me podía llegar a gustar.
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Voy al quiosco a comprar cigarrillos.
Yo: ¿Me das unos Millis Forris común?
Señor quiosquero: Son $ 4, 25
Yo: ¿Querés que te dé los 25 centavos?
Señor quiosquero: Si, es lo más importante. Después pagame con un cheque a 30 día que no hay drama.
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La tía Catalina le regaló a mi amigo Walter un yoyo luminoso.
- Gracias tía, justo lo que quería en mi cumpleaños 25 –expresó Walter patitieso.
- Cualquier cosa lo podés cambiar, querido.
Claro, me lo imagino a Walter yendo a la juguetería mañana temprano para cambiar el yoyo por un Power Ranger azul.
¿Qué hace que una señora como la tía Catalina le regale al Walter de 5 años calzoncillos, y al de 25, peludo importante ya, un yoyo?
Tal vez lo mismo que hace que una chica le diga un comentario ingenioso a un sujeto desconocido que toma café en un bar, lo haga sentir bien y escape.
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-Walter, me tengo que ir –le dije.
-No, ¡Cómo te vas a ir antes de comer la torta!
Esa maldita costumbre, esa imposición tirana de no poder irse de una fiesta antes de que el cumpleañero sople las velas y tener que comer esas tortas que por lo general tienen gusto a barro con dulce de leche.
-Clari hizo una chocotorta, ¿no es genial?
Y no, no es genial. ¿Cuándo habrá sido que la chocotorta comenzó a ser para la sociedad algo rico?
Yo creo que eso es una de las grandes mentiras de la humanidad.
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Previo al festejo de cumpleaños de Walter, pasé por una casa de cotillón para comprar algunas caretas, pitos, matracas y papel picado.
Me dirijo al sector “Velas” y veo un cartel que manifestaba: “Por favor no tire las letras al piso, solicite ayuda a las vendedoras”
Me llamó la atención, pero por como está la educación por estos días, se puede esperar cualquier cosa.
Se ve que hay gente que entra a las casas de cotillón en busca de “letras” y, ante la imposibilidad de alcanzar las que necesita (las cosas que uno quiere no siempre están al alcance de la mano), tira todo al piso y se va.
Hordas enardecidas ingresan a estos negocios, rompen todo lo que encuentran en su camino, se revolean serpentinas, organizan orgías y huyen, seguramente disfrazados de Tortugas Ninjas y con bonetes del Pato Lucas en sus cabezas.
¿Y todo por qué? Por no vender ayuda a las vendedoras.
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El título de esta entrada es "Cosas que pasan" porque no se me ocurrió otro. Se aceptan sugerencias.